«Escucha»

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Uno no sabe en qué momento puede encontrarse con enseñanzas relevantes en el transcurso del día. Por norma general, nos dejamos arrastrar por el torrente vertiginoso en que se ha convertido nuestra sociedad, y corremos sin cesar hacia adelante dejando de prestar atención a los pequeños detalles que enriquecen nuestra existencia. Qué lástima. Quizás por ello decidí seguir hace años un consejo de mi padre: “Vayas dónde vayas, procura no hablar y escucha. Sobre todo escucha.” Debe ser una piedra de toque nada desdeñable, ya que incluso nuestros queridos maestros de Aikido nos repiten sin cesar lo de mantener permanentemente una actitud “Zanshin” en todo momento.

Cómo alguno de vosotros ya sabéis, en 2009 tuve la gran suerte de visitar Japón con mi mujer, y pude sacar algunas enseñanzas valiosas de situaciones aparentemente anodinas.

La primera de estas situaciones se produjo en un viaje en autobús. Tras un día entero visitando diferentes lugares, el cansancio hacía mella en nosotros y no prestábamos gran atención a los arrozales que rodeaban uno y otro lado de la carretera. Sin embargo, la amable mujer japonesa que se sentaba a mi lado no desaprovechó la ocasión, y me espetó lo siguiente: “¿Sabe Usted que la planta de arroz encierra una valiosa lección?”. Eso fue suficiente para sacarme de mi sopor. Intrigado, le animé a que siguiera hablando. Y continuó: “Cuando la planta de arroz es joven, ésta se yergue estirada y orgullosa contra el cielo. Sin embargo, cuanto más vieja y más cargada de granos de arroz se vuelve, ésta se inclina indefectiblemente hacia el suelo. Esa es la lección: cuanto más y más tengas en la vida, más y más humilde has de ser.” No hace falta decir que le dí las gracias efusivamente por haberme “regalado” esta lección.

La segunda situación se presentó pocos días después. Fue en el santuario sintoísta de Nikko. En nuestro caso, fuimos allí con un pequeño grupo de gente de varias nacionalidades y liderado por una competente guía japonesa. La información fluía como una fuente. No era fácil procesar todos los datos, sobre todo cuando gran parte de mis sentidos se sentía absorta por la belleza natural y artística que destilaba el lugar. Pero otra vez, hubo una explicación que consiguió captar mi atención poderosamente. Dentro del santuario, la puerta de Yomeimon ocupa un lugar privilegiado. Su profusa decoración e innumerables esculturas que la adornan le otorgan un aspecto imponente. No en vano se afirma que se la debe observar durante un día entero para captar todos sus detalles. Bien, la guía nos explicó que los artesanos que participaron en su construcción pensaban haber alcanzado la perfección con la construcción de esta puerta. Pero tenían la arraigada creencia de que una vez que el ser humano alcanza la perfección, empieza su declive. Por lo tanto, colocaron una de las columnas de sustentación al revés, para así no hacerla perfecta. De esta manera, seguirían buscando la perfección el resto de sus vidas. ¡Menudo espíritu!

Tuve buen cuidado de guardar también esta enseñanza en el fondo de mi mochila para evitar perderla.

Como no podía ser de otra manera, el último dato revelador vino a mi encuentro por casualidad. Tras una decepcionante visita al Hombu Dojo, dónde mi mujer y yo fuimos obsequiados con un frío kimochi, y una desdeñosa mirada del Doshu, dirigimos nuestros pasos hacía una pequeña tienda, no muy lejana, dónde vendían kimonos y hakamas. Dicha tienda estaba regentada por una mujer de espíritu indomable de nada más y nada menos, ¡93 años! Tras saludarnos cariñosamente (aquí se palpaba claramente otro ambiente), nos dejó en manos de una joven empleada. Esta última hablaba inglés con fluidez, y acostumbrada a recibir la visita de muchos aikidokas, nos asaltó con un sinfín de preguntas sobre nuestro trabajo en el Aikido. Estuve unos buenos diez minutos explicándole nuestra vía en términos de respiración, unión, espíritu soshin, práctica con personas de niveles y edades muy distintos sin discriminar a nadie, etc.  Me interrumpía de vez en cuando con preguntas, pero por lo general escuchaba con los ojos como platos. Cuando acabé, la joven quedó en silencio, y por fin, nos dijo: “Saben, cada vez más occidentales buscan dentro de sí mismos, tal y como nosotros solíamos hacer. Pero lamentablemente, cada vez más japoneses se pierden en una búsqueda exterior.” Frente a la profundidad de esta afirmación, no hice sino asentir silenciosamente.

Mi mochila ya encerraba unos cuantos tesoros y me cuidé de cerrar bien la cremallera.

Y sí, definitivamente, mi padre tiene razón.

“Escucha”.

Nunca sabes dónde, y bajo qué forma puede aparecer un maestro en el camino.

–  Javier López de Sabando –

(Publicado en la revista Aikizasshi)

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