El Pocero

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Era una bonita mañana de primavera.

La típica jornada en la que el trabajo al aire libre se hacía más fácil e incluso se disfrutaba. Y en ello se encontraban nuestros protagonistas.

El viejo João llevaba siendo pocero treinta años. Sus huesos cansados agradecían la leve caricia de la brisa y el calor tibio del sol del mes de mayo.

El joven Nuno, su aprendiz, era un joven rapaz recién salido de su pueblo natal, y se mostraba ávido por aprender el oficio.

El trabajo más físico corría por lo tanto a cargo del joven, mientras el maestro repartía indicaciones con diligencia.

En ese momento se encontraban a la linde de un camino comarcal, jalonado por altos robles y muy poco transitado.

Se encontraban inmersos cavando un tramo cuando se vieron interrumpidos por un viajero que transitaba a pie:

—¡Disculpen la interrupción caballeros! Sólo será un momento. Nada más requiero una indicación. —

João se incorporó trabajosamente y amablemente repuso:

— Faltaría más amigo. ¿En qué podemos ayudarle?

— Resulta que vengo del pueblo anterior, donde he pasado varios días, y siento curiosidad por cómo es la gente del pueblo siguiente antes de llegar allí.

— Le ayudaré encantado, ya que casualmente conozco muy bien el pueblo siguiente, puesto que he tenido que trabajar en sus alrededores en numerosas ocasiones — contestó João — No obstante, yo también siento curiosidad, y me preguntaba cómo es la gente del pueblo del que viene Usted.

— ¡Pues no podría estar más contento con mi experiencia! — exclamó el viajero — aquella gente es amable, atenta y cariñosa. He disfrutado y aprendido mucho en su compañía y me ha apenado dejar atrás estos días de dicha que me han brindado.

— Pues pierda cuidado amigo, que la gente del pueblo siguiente es exactamente igual. Le esperan días alegres y enriquecedores.

El viajero, encantado con la respuesta, agradeció efusivamente a nuestros dos protagonistas y prosiguió su camino mientras éstos reemprendían su labor.

Al poco rato, se vieron de nuevo interrumpidos por un segundo viajero, éste al mando de un carro tirado por mulas.

— ¡Caballeros! Sólo les molestaré un momento. Soy comerciante y vengo del pueblo anterior, dónde he trabajado varios días. Me preguntaba si Ustedes me pueden indicar cómo son las gentes del pueblo siguiente.

— Le ayudaré encantado, ya que casualmente conozco muy bien el pueblo siguiente, puesto que he tenido que trabajar en sus alrededores en numerosas ocasiones — contestó João — No obstante, nosotros también iremos en breve a trabajar al pueblo del que viene Usted, y me preguntaba cómo es la gente de allí.

— ¡Pues no le auguro nada bueno! La gente de ese pueblo — dijo señalando con desdén hacia atrás con el pulgar — es taimada y mezquina. No pierden ocasión de engañar al prójimo y no veía el momento de salir de allí corriendo.

João, asintiendo en silencio, confirmó:

— Justo lo que me temía. Resulta que la gente del pueblo al que se dirige es exactamente igual. Gente deshonesta y ladrona como he visto pocas veces — dijo ante los desorbitados y sorprendidos ojos de Nuno — Yo no perdería de ojo ése carro suyo y mucho menos su contenido, sea cual sea.

Vistas confirmadas todas sus sospechas, el segundo viajero les dio las gracias y arreó a sus mulas rumbo a su destino.

Una vez que el segundo viajero se hubo alejado lo suficiente, no pudiendo contenerse más, Nuno explotó:

— ¡Pero maestro! ¿Cómo es posible que haya contestado dos cosas completamente opuestas a la misma pregunta? Creo que le ha dado demasiado el sol en la cabeza, no encuentro otra explicación…

— Querido Nuno — contestó el viejo João sonriendo — la gente elige ver el mundo con unos lentes determinados, y vaya donde vaya, todo le parecerá igual. No importa lo que les digas. No merece la pena tratar de hacerles cambiar de opinión.

Pero a ti, Nuno, te ofrezco gustosamente este consejo. Allá donde vayas, deja atrás tus prejuicios, y abraza la realidad tal cual es. Sólo así podrás disfrutar de la copa de vino que te brinda la vida con plenitud.

La suave brisa siguió soplando y el sol calentando. Pero Nuno ya no era el mismo cuando ese mismo día terminaron el pozo. Se le cayeron los lentes al fondo del mismo, y nunca más bajó a por ellos

Javier López de Sabando

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